¡Gracias, profesor!
Para contextualizar, debo decir que realicé prácticamente todos mis estudios de Primaria y Secundaria en un colegio dirigido por religiosos católicos. Cuando pienso en esos lejanos años escolares, varios recuerdos vienen a mi mente, evocando diferentes imágenes y emociones.
Escrito por: Raúl Bohrt, Presidente del Directorio de Enseña por Bolivia
Mientras cursaba quinto y sexto de primaria, el puntual timbre llamaba a formar en el amplio patio, dando así inicio a la jornada escolar. Formábamos filas dobles por curso (primero a sexto grado, paralelos A, B, C respectivamente). Tu estatura determinaba inequívocamente tu lugar en la fila, los pequeños adelante, los más altos atrás, generando una suerte de alargada zampoña humana. Formados los dieciocho cursos, el “Hermano Prefecto”, megáfono mediante, nos daba la información o noticias que consideraba relevantes, y ordenaba –con voz investida de autoridad– que procediéramos a dirigirnos ordenada y presurosamente hacia nuestras aulas. Varias serpientes humanas se movilizaban ágil y prontamente por las diferentes gradas, cual hormigas marcábamos el paso creando un suave murmullo. Cada una de las filas era encabezada al inicio y acompañada luego por un vigilante Profesor Titular del Curso. Esos dos años escolares mi profesor apellidó Fernández, eran hermanos, tan diferentes entre ellos que uno podría apostar que no tenían parentesco alguno, creyendo ganar.
Una vez en el aula, cada quien se dirigía al pupitre asignado, descargaba su “bulto” (llamábamos así al maletín escolar o mochila) en el pupitre y permanecía de pie al lado derecho del dichoso pupitre. El Profesor entonces dirigía la oración prescrita (un Padrenuestro, Avemaría y Gloria, y ya), luego nos invitaba a tomar asiento y sacar –de inmediato– el “cuaderno de dictado”. Así empezaba una aventura, mi Profesor Fernández empezaba un dictado, unas pocas líneas que alcanzaban a cubrir la mitad o tres cuartas partes de la hoja cuadriculada del cuaderno de 100 hojas asignado exclusivamente a estos ejercicios. Recuerdo escribir con relativa atención algún texto de Amado Nervo (Literato mexicano, 1870-1919). Completado el dictado, entregábamos el cuaderno a alguno de los condiscípulos del pupitre fronterizo, la decisión era tomada aleatoriamente por el docente, para luego proceder a corregir –lápiz rojo mediante– la ortografía del amanuense. Concluida una exhaustiva revisión, se contaban y anotaba el número de errores ortográficos cometidos (algunos debieron ser horrores) y se devolvía el cuaderno al propietario. Quedaba como tarea para la casa (a cumplir esa misma tarde) escribir diez (10) veces correctamente cada palabra marcada. Si cada año escolar comprendió los 200 días hábiles, habré hecho ese ejercicio alrededor de trescientas ochenta (380) veces a lo largo de los dos años que tuve como Titular a un Profesor Fernández. Miro hacia atrás y reconozco ahora importantes valores que hicieron carne en mi con esos ejercicios: Disciplina, Persistencia, Dedicación, Responsabilidad, Seguimiento de Reglas (de ortografía y de conducta), producto del buen criterio pedagógico de mis docentes.
Muchos, muchos años después, mientras disfrutaba de un helado de chirimoya en la Confitería Dumbo de la ciudad de Cochabamba, entró un señor mayor acompañado (asistido debería decir) por una dama que parecía ser su hija. Cuando estoy en espacio público, confieso que tengo la manía de observar –pretendiendo no prestar especial atención– a la gente alrededor mío. Mirando con atención a la mencionada pareja, me pareció reconocer a mi Profesor Fernández, sí, el de quinto de primaria. Después de algunas deliberaciones internas conmigo mismo sobre la pertinencia de invadir su espacio personal, me acerqué a la mesa vecina y pregunté si el señor mayor era la persona que yo creía, la hija me respondió que sí, y que ahora disfrutaba de su retiro. Con la voz atorada por la emoción, alcancé a decirle: ¡Gracias, Profesor Fernández! Usted me enseñó paciente y persistente la (buena) ortografía que ahora estoy orgulloso de tener. ¡Muchas gracias!